La casa grande

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La Casa Grande es un trabajo que reflexiona en torno a la familia indígena del Cauca que vive hoy. Es un acercamiento al territorio como escenario social indispensable para construir una identidad cultural y a la vez pervivir en el tiempo a pesar de los embates del conflicto armado, la estigmatización y el ritmo de vida moderna que desea el país. La identidad es de gran importancia en los últimos tiempos y la individualización social ha sido un fenómeno constantemente arraigado a la forma de entender este aspecto social: sustraer al individuo de la condición grupal para convertirlo en civil. Este trabajo señala la importancia de la unión para la pervivencia y resistencia, al tiempo que reflexiona sobre grandes pilares de la construcción de identidad indígena: la comunidad, la casa, la familia, la herencia cultural y la necesidad sentida de un territorio para vivir. Ambaló, el resguardo donde han sido tomadas estas imágenes, asemeja un país en paz y calma, deseo de todos los que habitamos Colombia; este panorama señala de forma contradictoria la imagen que hoy por hoy tenemos del Cauca como uno de los departamentos con mayor conflicto armado y mayor desplazamiento forzado en el país. Las imágenes del siguiente trabajo nos llevan a espacios íntimos donde reconocemos el valor que tienen para la vida estas historias que se viven en la casa, un lugar que ha sido arrebatado para muchos caucanos hoy. La luz es usada en este trabajo como un elemento para develar otros mundos posibles a través de la cámara oscura realizada en cada una de las casas. Cada imagen transforma el afuera cotidiano, permitiendo imaginarnos que un Cauca y un país en paz y abundancia es posible, con la capacidad que tenemos todos de imaginar un mundo más mágico y lleno de respeto por la vida.
 

 

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“Vinculó su vida a la amargura
de aquellos que por techo tienen el amplio firmamento
por lecho el duro suelo
y por almohada, sus tristes pensamientos.”

Ninfa Aracely Manzano,
Más allá de mis tristezas, Popayán, 2009

El departamento del Cauca es históricamente un territorio de importancia social y geográfica para el territorio que hoy conocemos como Colombia. Primero, como un enclave indígena donde convivían los pueblos Pishau, Nasa, Coconuco, Misak y Ambaló, entre muchos otros, en comercio y relaciones interétnicas políticas y de intercambio. A la llegada española este territorio ya estaba habitado; en 1537 Ampudia y Añasco combatieron a los pueblos indígenas comandados por el Cacique Payan y Calambas en una lucha de treinta días en la cual, por superioridad armamentista, cayeron los caciques vencidos. Luego de la guerra, dando muestra que la lucha no era la única estrategia para resistir, sobrevino una hambruna de tal magnitud que durante meses no se encontró nada para comer: “en un acto de resistencia suicida decidieron entonces, negarse a sembrar y cultivar, con la esperanza de ver salir al invasor de sus dominios” dice el cronista Andagoya. La vida social colonial estuvo marcada por la subordinación y la explotación indígena de manera controlada como fruto y recompensa de la campaña de conquista. Posteriormente en el proceso independista y de construcción del Estado-nación, el Cauca participó activamente con soldados y lucha; en este escenario se hizo evidente una relación secular entre el individuo, su patrimonio y su heredad; la tierra constituyó el suelo natal, la conversión más sentida de la patria, todo encaminado a obviar lo local en función de lo nacional y su identidad, ocultando las historias singulares y diversas en favor de una historia única y nacional.

En la carta de 1821 emitida por los cabildantes de Popayán al nuevo centro de poder: Bogotá. Se reprodujeron dentro del nuevo orden nacional las relaciones de subordinación social, política y económica que caracterizaban la vida social indígena en la colonia. Las leyes republicanas buscaron favorecer el sistema de hacienda en deterioro de la figura del resguardo obteniendo mano de obra gratis con los poblados indígenas. Así las cosas, la Independencia no cambió las condiciones, pese a ello los indígenas resistieron con su tradición y forma de vida. En 1991 se reconoce la virtuosa diversidad cultural del país, pero el territorio se encuentra sumergido hace décadas en una guerra de la cual ha sido imposible salir. Para el año 2012 diversos informes señalan al departamento del Cauca como el escenario social donde más familias fueron desplazadas de manera forzada; en total se estima que más de 700 mil personas abandonaron sus pertenencias y su espacio de vida por distintos aspectos entre los que resalta el conflicto armado. La resistencia en todos estos escenarios se ha hecho presente, no siempre como un acto estrictamente político o de protesta sino más bien como un acto cotidiano donde la heredad, las historias familiares y la vida en comunidad prevalecen, pues la resistencia se siembra en la Casa Grande: el territorio.

La porción de cielo que le corresponde mirar a cada ser humano en su infancia se relaciona íntimamente con el territorio en que nació para vivir con su familia, y su ventana, con lo heredado por los mayores para relacionar la construcción de una identidad con la tierra y sus semejantes, construyendo de esta manera una idea de mundo. La casa como primer escenario social plantea el propósito de consolidar el núcleo social básico de toda comunidad; es aquí donde las diferencias culturales se establecen, donde las historias y mitos se transmiten para identificarnos y donde el cosmos del universo se construye particular y dinámico en cada sociedad. A su vez, es en la casa y la familia donde la diferencia nos une, pues somos herederos todos del conocimiento de nuestros mayores, vivimos en espacios similares, dormimos en habitáculos distintos que se parecen y usamos herramientas para subsistir y relacionarnos con nuestro entorno. En la casa todos hacemos parte integral de un mundo cósmico y vital al que pertenecemos y al mismo tiempo un mundo que nos espera para construir en la dialéctica de la vida.

Las cámaras oscuras1 han sido construidas con las familias y los amigos que he hecho a lo largo de este trabajo. Entrar (al)* territorio, a cada habitáculo y espacio de la casa, constituye y representa ese proceso histórico e identitario donde familia, cultura y territorio se entrelazan como una unidad insondable e imposible de desfragmentar. La cocina como mejor espacio para transmitir el conocimiento de los mayores. El cuarto como escenario para soñar con mundos posibles. Las paredes para colgar los recuerdos que nos señalan nuestro devenir social. A su vez, las imágenes invertidas nos recuerdan esa posibilidad de transformar nuestra realidad.

Los retratados: objetos y personas. Me acercaron a la cotidianidad, a los símbolos históricos, y al mismo tiempo me permitían entender su forma de vida y el carácter de cada persona. Muchos retratos resultan anónimos en esta serie no porque no tengan nombre sino por resaltar el valor de la unión como conjunto y por crear esa posibilidad de ser cada uno de nosotros. Finalmente, las casas han sido iluminadas con las linternas de cada familia, muchas veces también han sido fotos obturadas por los habitantes de cada hogar mientras yo pintaba la casa con la luz de su linterna. El ejercicio nos ha permitido entender que imaginar y unirnos es indispensable para construir.

Las imágenes aquí presentadas parten de esa construcción de amistades y de mi curiosidad por entender la histórica resistencia indígena. Son un trabajo en conjunto para retratar la cotidianidad y realizar una labor pocas veces asumida por la fotografía: la labor de imaginarnos nuevas realidades posibles, dinámica indispensable en la filosofía epistémica de construir nuevos mundos, uno donde la casa y la tranquilidad de la familia caucana y colombiana sea posible.

1 La cámara oscura es un instrumento óptico que permite obtener una proyección plana de una imagen externa sobre la zona interior de su superficie. Constituyó uno de los dispositivos ancestrales que condujeron al desarrollo de la fotografía. Los aparatos fotográficos actuales heredaron la palabra cámara de las antiguas cámaras oscuras. Consiste en una caja cerrada y un pequeño agujero por el que entra una pequeña cantidad de luz que proyecta en la pared opuesta la imagen del exterior. El orificio funciona como una lente convergente y proyecta, en la pared opuesta, la imagen del exterior invertida tanto vertical como horizontalmente.

 

 

 

Jorge panchoagaJorge Panchoaga (Colombia, 1984). Vive y trabaja en Colombia. Profesor en la Especialización de fotografía de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia. Fotógrafo. Su interés versa en problemáticas socio-culturales de identidad, memoria, lenguaje, cambio cultural por conflicto y las relaciones del ser humano con el paisaje. Antropólogo de la Universidad del Cauca. Especialista en fotografía de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente es X-photographer de Fujifilm Colombia y hace parte del Colectivo de Fotografía +1. Su trabajo se puede consultar en: jorgepanchoaga.com