PRIMER DIA:
1 DE JUNIO
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Iniciamos el viaje, en un Kia negro rentado, desde Los Angeles, sobre la autopista 101 norte : 360 millas y 7 horas hasta Watsonville, pasando a través del "granero" de California.

Tráfico de autos tope a tope, a través del valle de San Fernando. Los robles acariciaban los cerros de Ventura con su sombra. La fértil llanura costera de Oxnard donde los campos de fresas pronto darán su fruto. Y de repente, figuras como hormigas en el horizonte: trabajadores migratorios con las espaldas dobladas hacia la tierra.

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En un instante se han ido. El coche devora aún más paisaje. Los cerros de pastoreo, hasta hace unas pocas semanas de color verde brillante y encendido con flores salvajes, que ahora se desvanecen hacia un café bronceado. Tierra recién labrada. Fragancia de ajo. Fila tras fila hasta el horizonte. Pozos de petróleo, oleoductos. Una penitenciaría estatal en las afueras de Soledad. El cuartel fantasma de Camp Roberts, donde un millón de hombres se entrenaban para las guerra. Carteleras en inglés y en español anunciando cerveza y moteles y el Sida, así como un pueblo llamado Solvang.

Este es la segunda y última mitad de este proyecto, una exploración de un viaje mucho más grande e interminable. Joe y yo salimos a la carretera el año pasado, siguiendo a las familias migrantes a lo largo del país. Hoy, comenzamos un nuevo viaje de un mes. Para ver como ha cambiado la carretera , si es que lo a hecho. Para ver si los viajeros han cambiado, si es que lo han hecho.

Este viaje comenzó en realidad en abril de 1996. Inició cuando Benjamín, Salvador y Jaime Chávez Muñoz abordaron un autobús de tercera clase en su pueblo natal de Cherán, Michoacán; la madre, las esposas y los niños les desearon lo mejor en su viaje a Watsonville durante otra temporada de recolección de fresas. El autobús descendió desde las montañas hasta Zamora, donde abordaron otro autobús junto con un grupo de "pollos" (migrantes) conducidos por un "coyote" (contrabandista). 30 horas hasta Tijuana, donde fueron apiñados dentro de una casa que olía a orines y sudor y donde debieron esperar varias horas más y luego el golpe en la puerta y todos amontonados dentro de un camión y se fueron – para cruzar la frontera que el gobierno estadunidense le dice a los mexicanos que no deben cruzar, pese a que todo aquel que lo hace es recompensado con trabajo del otro lado.

Los hermanos Chávez hicieron el recorrido hacia los Estados Unidos, a pie a tempranas horas, fueron apiñados dentro de un camión y una hora y media mas tarde estaban muertos, junto a cinco otros, todos abarrotados en la parte trasera de la camioneta. El conductor del vehículo, seguido por la policía de la frontera, falló en tomar una curva de la carretera. Sucedió en los cerros de Temecula, un pequeño pueblo a 50 millas al norte de la frontera. En estas montañas, anglosajones jubilados y adinerados han construido, de manera distorsionada y romántica, los ranchos de aquellos Californios, rancheros mexicanos de la temprana California. Los hermanos Chávez murieron al lado de estas falsas haciendas.

Así, el viaje comienza con la muerte, una muerte causada por un hecho simple y mundano: los hermanos Chávez no contaban entre sus posesiones terrenales con una hojita específica, una de papel o plástico llamado "green card/ tarjeta verde", que otorga residencia legal en los Estados Unidos de América. Dos otros sí tuvieron este documento y pudieron moverse de ida y de vuelta a voluntad a través de la frontera. Pero no Benjamín, Salvador y Jaime.

Nuestro viaje se vuelca a la misma carretera en la que los hermanos, y miles como ellos, le apuestan. Una carretera que no tiene inicio o final. La carretera hacia Watsonville. La carretera hacia America.

Strawberry Fields Forever . Eternamente, los campos de fresas. A lo largo de los próximos días exploraremos nuevamente Watsonville, la capital mundial de la fresa, una de las docenas de Mecas en California. Lo haremos desde la perspectiva de los trabajadores migrantes.

Posdata: en la carretera 101, justo al norte de San Luis Obispo, en un enclave anglosajón de clase adinerada, cerca de 100 millas al norte de Santa Bárbara, nos topamos con una víctima de la carretera.

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Era una vaca, las patas traseras congeladas en el aire, tan fresca que la sangre todavía le salía burbujeante de la nariz. Pedazos de vidro todavía esparcidos por el asfalto cerca del cadáver, probablemente la parte delantera de una camioneta. Estacionamos el vehículo y caminamos de regreso cerca de un cuarto de milla a lo largo de la carretera, de cara al tráfico que pasaba a 100 kilómetros por hora.

Joe tomó varias fotografías. Fuimos confrontados por una sheriff fuera de turno, una mujer de cabellera rubia oxigenada. "¿Este animal es suyo?" No, respondimos. "Bueno, ustedes estan simplemente enfermos", dijo ella, disgustada por el hecho de que estábamos documentando la muerte del animal. "Esto es simplemente de enfermos", dijo nuevamente con un rostro distorsionado, tanto por fruncir el entrecejo como por su mirada perpleja, viéndonos como si fuéramos los que habíamos causado el accidente. ¿Quizás pensaba que le estábamos faltando al respeto a los muertos?

No, solamente los estábamos recordando.


Rubén Martínez

Watsonville, 2 de junio de 1998,
1:00 de la mañana, horario del Pacífico