SUITE MONTROIG/SUITE DESTINO: FOTOGRAFÍAS Y COLLAGES

 

Se puede decir que a lo largo de su vida Joan Miró tuvo dos fotógrafos oficiales: Joaquim Gomis y Francesc Català-Roca. Ambos documentaron de forma pormenorizada tanto su entorno personal como el proceso de trabajo en su taller, y el resultado ha sido objeto de numerosos libros y exposiciones. Pero sin duda Gomis, por su amistad, mantuvo una relación más íntima con Miró y fue a la postre el inductor de sus sorprendentes ensayos con la cámara fotográfica. En la obra mironiana abundan los collages que incorporan fragmentos de imágenes fotográficas o las intervenciones fotográficas realizadas sobre fotografías tomadas habitualmente por Gomis. Por el contrario, el verdadero ojo fotográfico de Miró, las creaciones y recreaciones hechas por el propio Miró (siempre con una ligera ayuda de Gomis) no habían merecido hasta ahora una presentación monográfica.

Gomis ha sido un fiel cronista de sus encuentros con Miró y relata en su diario que durante el verano de 1960, paseando por los alrededores de la casa de Montroig, Miró le pidió prestada su cámara, una Rolleiflex clásica con fotómetro incorporado, para hacerle un retrato. Miró se divertía viendo la imagen invertida sobre el vidrio esmerilado del visor y gritaba jocoso: "!Veo el mundo al revés, veo el mundo al revés!". También mostraba su curiosidad sobre el mecanismo de enfoque que permitía disolver nitidez y borrosidad. Pronto aprendería a enfatizar un objeto aislándolo de su contexto mediante el encuadre o mediante el enfoque selectivo, enfocando o desenfocando el resto de planos de la imagen.

El descubrimiento de la fotografía daría paso a lo que Gomis, medio en broma, llamaba un "vicio": la obsesión por fotografiar todos aquellos objetos que atrajesen su atención. Al principio se limitaba a elementos encontrados por azar en sus paseos, como viñas torturadas, cortezas de árboles con formas sinuosas, conchas y caracolas abandonadas sobre la arena de la playa, herramientas de trabajo de los campesinos vecinos… A veces también elaboraba composiciones de objetos, como pequeños assemblages, que más adelante podían convertirse en proyectos de esculturas. La reiteración de algunos objetos como calabazas, sombreros o zapatillas para trabajar en el campo traducen su gran interés tanto por el mundo orgánico como por la cultura popular. También hay constancia de que ensayó estudios de desnudo tomando como modelo a una joven turista alemana, Andrea Geyer, que veraneaba en Salou; desgraciadamente estas imágenes se han perdido.

Miró disparaba las fotos él mismo pero Gomis revelaba la película y hacía las ampliaciones. Al final, harto de pasarse la cámara del uno al otro, Gomis terminó por regalársela. Durante unos años Miró se serviría de aquella vieja Rolleiflex, impregnada del cariño de su amigo, para hacer bocetos rápidos, como en un carnet de croquis, de ideas que posteriormente podrían convertirse en el embrión de obras pictóricas o escultóricas. Rara era la vez que Miró podía contenerse de escribir, hacer garabatos, dibujar o pintar (guache, pastel u otras técnicas) sobre las ampliaciones de sus negativos. En lo que llamamos Suite Destino (por realizarse sobre páginas o con ilustraciones de ese popular seminario) prevale el collage con imágenes no originales sino ya impresas, pero el tratamiento plástico es muy similar. La participación de la fotografía en su proceso creativo, por tanto, no pasa de ser un material de trabajo intermedio o el esbozo de una obra posterior. Es, pues, en este nivel donde cabe situar la corta pero intensa experiencia fotográfica de Miró. Una experiencia que ahora recuperamos para la pedagogía de su obra en su conjunto, ya que nos suministra datos muy significativos sobre la estructura interna de su modus operandi artístico, desde la inspiración a la ejecución final, así como pasa revista a un repertorio de objetos que en lo plástico y en lo simbólico perfilan la riqueza de las raíces del universo mironiano.