EDITORIAL

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¿Son hermosas las cicatrices?

Scars Scars

 

¿Son hermosas las cicatrices? Eso depende del que las mira, ¿no? Las cicatrices traen consigo el recuerdo de momentos difíciles. Uno podría argumentar que la sociedad trata de evitarlas. En el primer mundo son muchas las mujeres que por medio del maquillaje y/o la cirugía (ahora hasta los hombres recurren a esto) tratan de mantener a raya las cicatrices del tiempo, dando a entender con ello que éstas –las arrugas– revelan la edad y por tanto debieran desaparecerse. Aunque los hombres están más dispuestos a ofrecer sus cicatrices como prueba de haber sobrevivido bajo penurias, es cuestionable que esto ejemplifique su hombría.

El cómo aparecemos en una foto puede ser, a veces, una discusión difícil. Todos queremos darle el "mejor giro" al ángulo que nosotros percibimos como superior. Creo yo que ésta es una actitud muy legítima, pero no siempre bien entendida. Esto ocurre porque a veces el sujeto verdaderamente tiene una idea equivocada sobre lo que lo o la hace "verse bien". Pero de nuevo, tampoco para un asunto así existe una respuesta universal correcta. Nadie puede asegurar que el mostrar las cicatrices de uno (o las arrugas) traerá consigo la aprobación de otros; el parámetro fundamental es cómo se siente el sujeto con todo ello, sin importar el resultado final.

La lucha parece darse entre el fotógrafo y sus impulsos creativos y los de la persona retratada en la imagen. En sociedades más avanzadas los derechos de la persona fotografiada se protegen a través de formularios firmados por medio de los cuales se asegura que la persona en la imagen de hecho se sienta a gusto con la fotografía, antes de permitir su publicación.

Pero ¿qué les sucede a todos aquellos menos protegidos por un sistema legal donde no existen estos recursos? Tradicionalmente los fotógrafos han viajado por todo el mundo considerándolo su derecho divino el imprimir en su película la imagen de cualquiera sin importar las opiniones que él o ella tengan sobre el asunto. Yo mismo he participado abundantemente de este doble estándar que me lleva a pedir permiso sólo cuando las circunstancias me lo exigen, y a descuidar la misma forma con aquéllos que menos entendían sobre el proceso fotográfico. No me siento orgulloso de esta asimetría, pero la verdad es que esto es lo que ha ocurrido y que muy probablemente seguirá ocurriendo en el futuro, por mucho que uno quisiera evitarlo.

Lo que está en juego en este debate es nuestra libertad como fotógrafos vs. los derechos individuales de los retratados. Libertad entendida como la que existe en la expresión creativa o la responsabilidad al hacer un documental. No hay respuestas fáciles. Imaginemos a un fotógrafo que registra las atrocidades perpetradas en una zona de guerra. Puedo imaginar que el pedir permiso para tomar fotografías sea lo último que a uno se le va a ocurrir. ¿Y qué pasa con respecto a tomar fotografías de alguien que camina por la calle? ¿Es ese un espacio que pertenece al dominio público? En cuyo caso pedir permiso para tomar las fotografías no tiene sentido; ¿o es que existen excepciones a tales situaciones?

Para los fotógrafos el argumento ha sido: "si hubiera preguntado," ya para cuando hubiese obtenido el permiso, se habría perdido el momento fotográfico (¿el momento decisivo?). Pero siendo justos, este argumento no es tan sólido como parece, porque no existe diferencia alguna entre el "momento fotográfico" que hubiera podido perderse si este hubiera ocurrido en el primer mundo o en una situación en el tercer mundo. Si la fotografía aún puede llevarse acabo dentro de un marco de acción donde se requiere de una estricta aprobación, como sucede en el primer mundo, entonces uno también tiene que hacer el esfuerzo en situaciones que puede que sean más laxas con tales preguntas. Es un asunto de justicia, ¿no?

Para un fotógrafo, tomar un atajo es muy tentador. ¿Por qué pedir permiso cuando no está estrictamente requerido? Y la respuesta es bastante simple. Porque, cuando es posible, la cortesía implícita en "pedir en vez de aprehender" es vista en todas partes del mundo como la opción preferible. Entonces la pregunta se convierte en: ¿necesitamos o queremos ser corteses todo el tiempo? Si viviéramos en un mundo perfecto, la respuesta es bastante obvia. Esto deja sin contestar la otra mitad de la pregunta. ¿Y qué si vivimos en un mundo imperfecto; qué es lo que hay que hacer? Yo sé que el "apresar" es una cosa inevitable en un mundo imperfecto. Por ejemplo, un caso en el fotoperiodismo podría ser: mientras yo pido permiso, mi colega, que compite conmigo, ya "tomó" la imagen. ¿La solución? Como en todos los casos similares, no existen respuestas fáciles o rápidas. El establecer reglas que fueran universales sería claramente una locura, ya que el proceso creativo de imágenes es tan diverso, que resulta imposible implantar reglas unidimensionales.

Así que vayamos de vuelta al asunto inicial de pedir permiso para publicar una imagen; con la conciencia clara que no siempre es posible, uno puede decir que a veces no se puede localizar a las personas que aparecen en una imagen. También existen situaciones en que el simple hecho de que la persona o personas accedan a que se les tome una foto equivale a una forma tácita de dar permiso. Esto ocurre cuando un(a) amigo(a) le permite a otro(a) tomarle una foto, o cuando un familiar participa de buena gana en el ritual de la foto. Uno también tiene que reconocer que muchos de los asuntos que giran alrededor de los formularios firmados tienen menos que ver con el satisfacer la necesidad de control de una persona sobre su imagen, que con los aspectos meramente económicos de hacer dinero con la venta de una foto.

Más recientemente, gracias a los avances de la tecnología digital, he podido mostrarles a las personas que retrato las fotografías de inmediato. Incluso mi cámara tiene un pequeño monitor que muestra la imagen tan pronto se oprime el disparador. Muestro la foto, y a los sujetos o les gusta o no, y entonces seguimos con nuestras exploraciones visuales. Los sujetos titubean cuando se miran a sí mismos, a nadie parece gustarle cómo se ve (así como tampoco les gusta el sonido de su voz), y muy a menudo no están seguros de cómo se sienten en relación a la imagen. En esos momentos de ansiedad cuando nos interpela una mirada que parece preguntar "No me veo bien en esa foto, ¿verdad?", la actitud tranquilizante del fotógrafo se vuelve importantísima.

¡Sí, te ves estupendo! Recuerda que las cicatrices son la evidencia de vida. Existen otras cicatrices, sin embargo, que no son externas, y el fotógrafo sensible puede captarlas también. El reto es entrar a esos espacios, mayormente con permiso.


Pedro Meyer
Agosto de 1998.

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